El Santo Cáliz de la Última Cena, que se venera en la Catedral de Valencia desde el siglo XV, cumplió el 6 de enero de 2016 cien años expuesto al público en el Aula Capitular antigua de la Seo o capilla del Santo Cáliz, a donde fue trasladado solemnemente aquel mismo día desde el relicario de la Seo, donde permanecía custodiado desde su llegada al templo.
El Santo Cáliz, con su copa palestina de ágata en la parte superior, datada en el siglo I antes de Cristo, y que, según la tradición, fue la utilizada por Jesucristo en la Última Cena, fue trasladado el 6 de enero de 1916 desde el relicario de la Catedral, donde permanecía custodiado desde el año 1437, hasta la antigua Aula Capitular de la Seo, hoy capilla del Santo Cáliz.
El Santo Grial
El cambio de ubicación fue promovido por el entonces deán de la Catedral, José María Navarro Darás, a iniciativa del canónigo José Sanchis Sivera, quien en su libro “El Santo Cáliz de la Cena (Santo Grial) venerado en Valencia”, de 1914, propuso ya su traslado al Aula Capitular antigua “para recibir allí continuo culto”. También fue promotor de aquel traslado el entonces arzobispo de Valencia, monseñor Valeriano Menéndez Conde, titular de la archidiócesis desde 1914 hasta 1916, quien acordó con el Cabildo convertir la Capilla de las Reliquias en Aula Capitular nueva y la antigua Aula Capitular, en Capilla para el Santo Cáliz. Finalmente, el Cabildo de la Catedral acordó el 3 de enero de 1916 que “el día de la Epifanía, 6 de enero, se saque el Santo Cáliz del Relicario y se coloque en el Altar” y que, por la tarde, “en solemne procesión claustral, sea llevado y colocado en su nuevo altar del aula antigua”.
El Boletín Oficial del Arzobispado de entonces describió el traslado del Santo Cáliz como de “grandiosa solemnidad”, y relató cómo fue sacado del relicario aquel 6 de enero de 1916 y conducido hasta el altar mayor de la Seo, por la mañana, y cómo, por la tarde, fue llevado “en andas de plata” y “en solemne procesión claustral” al Aula Capitular, donde el coro catedralicio entonó el motete “Calix benedictionis” y el arzobispo de Valencia, cuando monseñor Menéndez Conde, colocó el Cáliz en el templete del nuevo altar.
Los periódicos de la época también describieron en sus crónicas el traslado. “La Voz de Valencia” destacó la labor del deán Navarro Darás y calificó la jornada como “día de gloria y valencianismo”, mientras que “Las Provincias” subrayó la “idea felicísima” del canónigo Sanchis Sivera de trasladar la reliquia y el “Diario de Valencia” hacía un “llamamiento a la hidalguía y generosidad de la católica Valencia” para promocionar el culto de la reliquia.
Catedral de Valencia
ALFONSO V EL MAGNÁNIMO
Alfonso V fue más un rey italiano que español. Las luchas endémicas con Castilla y su desvío de los problemas aragoneses, así como las continuas peticiones de dinero, condujeron al reino a un progresivo empobrecimiento y a una situación de conflictividad interna, que se plasma en la incesante rivalidad entre ciertas casas nobles del país, en algunos enfrentamientos nobleza-monarquía, más frecuentes en este reinado de lo que se ha pretendido, y en un endurecimiento de las relaciones de vasallaje, acompañado de levantamientos campesinos, fenómenos todos ellos ligados entre sí. El rey trató de paliar los continuos apuros económicos debidos a sus empresas ultramarinas vendiendo a la nobleza tierras de realengo o señoríos confiscados a sus anteriores poseedores por crímenes de rebeldía y lesa majestad. Los magnates aragoneses, que pagaron altas sumas por estas tierras, obtuvieron con frecuencia la jurisdicción absoluta sobre los habitantes de sus señoríos. Los numerosos documentos de concesión y confirmación de jurisdicción señorial con «mero y mixto imperio, permiten deducir que el rey consentía en la cesión y fraccionamiento del poder real en los señoríos como compensación a los servicios de toda índole prestados por los ricos-hombres a la Corona. Con todo ello la condición jurídica de los vasallos de señorío aragoneses evolucionó negativamente, lo que conllevó alteraciones del orden originadas por el ansia de los vasallos de obtener libertades que sistemáticamente les eran negadas, y que al fracasar acarrearon mayor rigurosidad en su sujeción a la gleba y, por ende, un empeoramiento en su condición social. Todo esto hace más comprensible que en 1437 el rey, ante la imposibilidad de devolver al cabildo de la Catedral de Valencia los 137.430 sueldos que éste le había prestado para sus campañas, entregó todo el tesoro de reliquias que tenía a la seo, entre ellas el Santo Cáliz que, según la tradición, empleó Jesucristo en la Última Cena.